martes, 16 de marzo de 2010

Atenais


Fascinado por la figura de la hermosa y culta Atenais, el historiador alemán Ferdinand Gregorovius publica en 1881 una biografía sobre la emperatriz bizantina que ha sido traducida recientemente al español de forma ejemplar por el prof. J. A. Molina y editada por Herder. Hija del filósofo ateniense Leoncio, heredera de una tradición milenaria de pensamiento que se remonta al siglo V a. C., Atenais acaba convirtiéndose, quien sabe si por efecto del destino o del azar, en esposa de Teodosio II, enredándose en las intrigas de la corte bizantina, y abdicando de su fe pagana para abrazar el cristianismo. Afectada profundamente, durante muchos años, por los oscuros acontecimientos políticos y religiosos acaecidos en Constantinopla en la primera mitad del siglo V, la emperatriz pasa sus últimos días –tras la muerte de su marido- en Jerusalén. Dotada para la poesía, la enigmática Atenais nos ha legado un poema extenso –aunque sólo se conservan los dos primeros cantos- que cuenta la historia de los mártires cristianos Cipriano y Justina. Obsesionado con esta bella mujer, Gregorovius tiene visiones en el desierto, tal como nos cuenta en su Viaje a Palestina: “Nuestra caravana marcha en silencio por alturas y valles cuyos caminos pisaron beduinos y peregrinos. Veo de repente una extraña comitiva de jinetes moverse delante de mí y, en el centro de ella, una hermosa y melancólica mujer. Sigue el mismo camino que nos lleva a nosotros hacia Mar Saba. Ella es Atenais, la emperatriz Eudocia, cuyo celoso marido Teodosio ha desterrado a Jerusalén. Cabalga a lo largo de la garganta del Cedrón buscando a Eutimio, un profeta del desierto, ante quien desea aliviar su corazón atormentado por dudas religiosas. Una aparición del desierto, un espejismo. Sólo yo puedo verla”.
Fascinado también por la historia de la hermosa y culta Atenais, quiero pensar que, más allá de las influencias del cristianismo y de las religiones orientales, esta brillante poeta supo mantener hasta el final de su vida el espíritu heredado de sus mayores, la esencia del alma griega, y que, exaltados su imaginación y talento por la historia de Cipriano y Justina -transmitida en el siglo IV en un texto griego en prosa de difícil lectura e interpretación y sobre todo gracias a la tradición oral-, esta auténtica heroína de la cultura ofrecía lo mejor de sí misma en un largo poema que sólo se ha conservado fragmentariamente. En la edición de Atenais del año 1881, Ferdinand Gregorovius sólo traducía del griego al alemán –y de forma muy libre- el canto segundo, la confesión de Cipriano, como un apéndice a su biografía de la emperatriz. Este gesto del historiador alemán debe ser considerado como algo más que un simple producto del azar, porque, sin ninguna duda, debió ser la vertiente fáustica de la historia del mago Cipriano en el poema de Atenais aquello que más cautivó a Gregorovius. En el epílogo del libro que ha editado Herder en 2009, el prof. J. A. Molina nos ha recordado que “el joven Gregorovius había pensado ya en el mito de Fausto como tema para una habilitación, y más exactamente en la relación entre Calderón de la Barca y Goethe, pues efectivamente el autor español había escrito un drama fáustico, El mágico prodigioso, donde se recreaba la historia de Cipriano”. En esencia, la vida de Cipriano, como la de Fausto, como la de Goethe, está marcada por la búsqueda constante de la sabiduría, un tema que define de forma precisa el espíritu de la cultura griega antigua. Quiero pensar que esta idea es la que tenía en mente Atenais cuando escribe el poema de Cipriano y Justina, y quiero pensar también que es la misma idea que manejaba Gregorovius cuando traduce el canto segundo del poemario para su biografía de la emperatriz.
En principio, la confesión de Cipriano está dirigida a todos aquellos viven “en la oscura locura de los ídolos”, entregados a los falsos dioses, porque lo que a primera vista pretende contar Atenais a través del personaje de Cipriano es una conversión al cristianismo, la transformación vital de un mago en sacerdote. En realidad, enseguida nos damos cuenta de que la vida de Cipriano parece reproducir en parte la trayectoria y las enseñanzas recibidas por Atenais. Consagrado a Apolo y Mitra siendo niño, Cipriano vive en Atenas y es instruido por siete grandes sacerdotes (¿acaso no es lícito pensar en los siete sabios?). Siguiendo la voluntad de sus padres, su propósito es adquirir “todo el conocimiento de lo que hay sobre la tierra”. Percibimos entonces que este ideal, la búsqueda de la sabiduría, es el auténtico objetivo del poema y de la vida de Atenais, y que este ideal es el que ha obsesionado a Gregorovius porque es el que ha dado forma a la gran cultura alemana, que a través de Goethe ha sabido enraizarse con los antiguos griegos. Sacerdote en Argos, Cipriano aprende el arte de la adivinación entre los escitas y los frigios, para luego realizar un viaje a Egipto en su peregrinación hacia la búsqueda del conocimiento (¿acaso no es lícito aquí pensar también en los viajeros griegos en Egipto, en diálogo continuo con los sacerdotes?). Cada paso que da Cipriano en su trayectoria vital, pues, nos recuerda con más claridad al sabio griego en viaje hacia Oriente, impulsado por la idea de sabiduría, en un trasunto velado de ciertos aspectos de la vida de Atenais. Al llegar a la tierra de los caldeos a la edad de treinta años, Cipriano aprende a conocer –cómo no- los movimientos del cielo. En Antioquía, yendo más lejos, perpetra “muchos prodigios de brujería y magia demoníaca”. Se ha transformado en un mago y ejerce como tal. Es, entonces, cuando trata de ayudar a Aglaidas con una pócima mágica para conseguir el amor de la devota Justina. Pero la locura de amor afecta por igual a Cipriano. El demonio envía según se nos cuenta en el poema “la imagen falsa de una mujer” para ejercer el engaño. ¿Es, pues, la falsa sabiduría que profesa Cipriano el engaño del que se nos habla en el poema? ¿Acaso no es el desengaño amoroso la prueba más evidente del falso camino por el que transitan tanto Aglaidas como Cipriano? ¿Acaso estas preguntas no se las planteó alguna vez la propia Atenais? Cipriano se siente engañado por el demonio y lanza a los cuatro vientos su dolor: “tu engaño destruyó el fundamento de mi vida, y partió los pilares de la naturaleza, te entregué mi alma sin pensar en Dios. Nada me aportó la ciencia, ni aquella sabiduría, que en antiguos libros investigué”. Esta confesión de Cipriano parece poner en duda no sólo la magia y la astrología babilónicas sino también toda la sabiduría griega, más aún cuando poco antes hemos leído algo compungidos la siguiente frase: la sabiduría griega acosa a los hombres, abraza la locura y hace huir a la verdad”. ¿Será, por tanto, cierto, que Cipriano – o mejor dicho, Atenais- renegó de sus raíces griegas al convertirse al cristianismo? ¿Se puede olvidar tan fácilmente el pasado, la herencia transmitida? ¿Por qué Cipriano se queja poco después exclamando “mi herencia paterna sacrifiqué a ti [el demonio] y a tus mentiras”?
Todo el texto, incompleto, inacabado, está plagado de confusión, de contradicciones (¿acaso no es lícito pensar aquí también en las contradicciones de Atenais, aderezadas con las del propio Gregorovius?). Cipriano desea salir del camino de oscuridad al que se ha visto abocado. Así termina el poema. Ahora bien, ¿en qué momento ha errado el camino? ¿No fue, quizás, en Antioquía, al entrar en contacto con la magia y la brujería? ¿Acaso no pretende retornar a la luz? Todo el texto apunta a que esa luz es Dios. Quiero pensar, no obstante, que -en esta suerte de autobiografía que es el poema- la emperatriz ha volcado sus recuerdos para mostrar de forma velada e implícita su melancólico y nostálgico amor a la herencia paterna. Su vida se puede entender, entonces, tal como se lee en el texto, como una especie de sacrificio. Al convertirse en emperatriz y someterse a la ortodoxia cristiana, Atenais estaba renunciando al tesoro más preciado, la libertad de pensamiento que le había transmitido su padre en la culta y hermosa Atenas.

10 comentarios:

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  4. 1)
    Muchas gracias Notorius por tan hermosa y evocadora reseña, digo evocadora porque no te limitas a dar cuenta del libro, sino que dejas ver claramente la fascinación que ejerce Atenais, o al menos la Atenais vista por Gregorovius, y sobre todo en su época más interesante y más desconocida, los años de Jerusalén.

    Algunas cosas podrían decirse, no por mejorar o corregir lo que has escrito (al fin y al cabo yo sólo entro aquí per accidens como mero historiador que ha traducido la obra, aunque como el que escribe lee dos veces, también como el primer lector de la obra en español), sino por abundar en ello. Creo-en primer lugar- que quien se acerca a Atenais acaba sintiendo un cierto enamoramiento (y no me avergüenza declararme uno de sus admiradores): la heroína “adelantada” a su tiempo, la poetisa, la víctima de las conspiraciones palaciegas (¿o su instigadora?) Algo de fascinación, y algo de erótico en el sentido antiguo hay, y resulta tentador relacionar el retrato de Atenais que nos da Gregorovius, que murió soltero, con la imagen de Klara Bornträger, mujer de más edad que él y con la que mantuvo una intensa amistad literaria, un amor –ciertamente casto e intachable desde todos los puntos de vista incluyendo el de la conveniencia social- basado en la literatura. No es que una mujer haya inspirado a la otra, no es tan sencillo, pero ambas mujeres en la vida de Gregorovius tienen algo en común: el amor a la cultura, a la literatura como forma de vivir y sentir, quizá por ello Gregorovius manda un ejemplar dedicado a su amiga Klara Bornträger. En este sentido la Gnosis es Eros. Espero que no se me malinterprete.

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  5. 2)

    La dimensión fáustica de la historia de Cipriano, inserta en la historia de Atenais, tampoco puede obviarse y resulta clara. Seguro que Gregorovius pensó en trazar un arco de puente entre la tradición antigua y la alemana a través del mito de Fausto, Atenais es uno de los eslabones de la cadena. Incluso pensó en ello como algo adecuado para un tema académico (como el estudio que sí hizo Th. Zahn, entre otros muchos germanistas). Pero probablemente la ciencia se le quedaba pequeña. Debió de pensar que la historia, preocupada por el hecho individual, es menos evocadora que el arte o la literatura, en ese sentido el arte, siendo menos fiel a los datos objetivos, es más verdadero, al menos eso se deduce de los escritos de Gregorovius en los que esboza su idea de la historia, que debe ser ciencia y literatura a la vez. Es propio de la época, y también Schopenhauer deja dicho en “El mundo como voluntad y representación” que confiaba más en Homero (pues como poeta capta lo esencial) que en todos los historiadores del mundo (engañados por el “principium individuationis”). Efectivamente, Gregorovius hunde sus raíces aún en el mundo artístico de Goethe (a quien admira según sabemos por su correspondencia con Eckermann), y por ello busca el equilibrio del mundo clásico, pero al mismo tiempo se aprecian en él otros síntomas nuevos, propios de su tiempo, en parte característicos de la situación intelectual en torno a la revolución de 1848 (como por cierto puede verse también en H. Heine, que ilustra la tensión entre Idealismo y Materialismo en su “Historia de la religión y la filosofía en Alemania”). Por ello, tampoco a Gregorovius le complace la idea de una Atenais arrodillada ante el absolutismo cristiano de los emperadores de Constantinopla; Gregorovius, el admirador de Goethe, discípulo del ilustre hegeliano Rosenkranz; Gregorovius, el a sí mismo proclamado continuador de Gibbon; el intérprete “socialista” del Wilhem Meister (parafraseando el título de una de sus primeras obras); el cantor de la lucha de Polonia por su libertad (y no olvidemos por otra parte que un hermano de Gregorovius se alistó con los griegos para luchar contra los turcos); en fin, el Gregorovius anticlerical y demócrata, siente una profunda extrañeza ante una Atenais cristiana (más “bizantina” que “cristiana”, deberíamos decir), y continuamente se pregunta por la sinceridad de su conversión y la pone en duda. Los años de Jerusalén son una vuelta a las musas y al mundo antiguo, y no se le escapa cómo Atenais ha podido amoldar una hermosa leyenda cristiana llamada a tener un brillante futuro a sus propias circunstancias particulares, reflejando su amor a la sabiduría, sabiduría que sólo puede venir, a fines del siglo V, de Dios, pero que no es un rechazo a la paideia antigua, pues de lo contrario no hubiera elegido un lenguaje poético tan “pagano” en lo formal para expresarse, los años de Jerusalén son años de retorno a las musas, aun siendo de inequívoco sello cristiano, y no sería ocioso ni inconveniente compararlos con Boecio y su “Consuelo de la Filosofía”, escrita en circunstancias aún más duras que las del destierro. Dios es la luz, pero en ambos casos es la vieja paideia quien se presenta a consolar a los poetas que sufren la arbitrariedad del despotismo.

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  6. y 3)


    En las obras de tema “bizantino” Gregorovius se complace en describirnos los grandes escenarios de la Antigüedad aún en pie, pero vacíos, mejor dicho, habitados por personalidades menores, inferiores a los grandes caracteres de la Antigüedad; personajes débiles, taimados, astutos, traicioneros, son los herederos de aquellos seres modélicos, fuertes, desinteresados y nobles. En eso continúa a su admirado Gibbon. En medio de esa desolación aparece todavía algún personaje en cuyas venas hay algo de la antigua sangre helénica, en cuyo corazón no se ha apagado aún el latido antiguo pero noble de una vida superior, Atenais –piensa Gregorovius- es uno de esos corazones. Una personalidad encerrada, como la pantera de Rilke, entre las ruinas de un mundo desmoronado que ha muerto porque sus habitantes sencillamente han dejado de creer en él, y los nuevos monumentos de una “creación grecoasiática que llamamos bizantinismo” y que Gregorovius identifica con el despotismo tantas veces atestiguado en la historia universal.
    Parece indisociable en la obra de Gregorovius esta tensión mutuamente complementaria entre la gran historia, la historia universal, y la historia personal de los individuos que la reflejan (como un microcosmos).

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  7. Es una vida parecida a la de Hipatia, en el sentido en que ambas son personalidades de un mundo en transición y ellas mismas reflejan ese cambio del paganismo al critianismo.

    Rutilio

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  8. Una heroína moderna,da la impresión de ser pre-feminista, sin duda por la propia ideología anticlerical y liberal del autor.
    Lady Halcón

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  9. Que obra tan interesante.
    ¿Para cuando una traduccion completa de "la historia de Roma en la edad media" y su inseparable continuacion "la historia de Grecia en la edad media? Estamos hartos de que los profesores nos remitan a la traduccion italiana (porque la española es un resumen de poquicas paginas).

    Fity.

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  10. Mi querido José Antonio, tus comentarios enriquecen la visión de Atenais. Sin duda, la historia de Klara Bornträger con Gregorovius ha debido influir en su mirada hacia Atenais. Tengo la intuición de que, bajo la fachada bizantino-cristina, Atenais seguía siendo griega en un sentido clásico, y creo, sinceramente, que Gregorovius también lo pensaba. Efectivamente, es una pena que no esté traducida la "Historia de Grecia en la Edad Media". Saludos. Notorius.

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