lunes, 30 de julio de 2018
Sócrates y Platón
En 1996 se
publica un breve ensayo titulado Sócrates
y Platón, de Romano Gasparotti, discípulo de Emanuele Severino en Venecia.
El punto de partida del ensayo es la “cuestión socrática” como problema
filosófico, pues Gasparotti piensa que no se puede considerar a Sócrates como
filósofo ya que no dejó ningún documento escrito. Esto significa vincular en
cierto modo, desde la primera página del libro, filosofía y escritura. Y es que
Gasparotti trata de establecer desde un primer momento la línea de continuidad
y de separación que existe entre Sócrates y Platón, cuestión central para la
filosofía, porque lo que se advierte en la transición del período que va de
Sócrates, Tucídides y Aristófanes al tiempo de Platón, Jenofonte y Aristóteles
es un auténtico cambio de época, una fractura generacional decisiva para la
cultura griega. Para explicar este cambio generacional que tiene lugar a
finales del siglo V a. C., Gasparotti se hace eco de uno de los aspectos
principales de la crisis, el paso de la cultura oral a la cultura escrita, un
acontecimiento que no duda en definir como “revolucionario” siguiendo
los estudios de E. A. Havelock. La idea básica es la identificación de lo
precientífico, lo prefilosófico y lo preliterario en el ámbito de una cultura
oral o prealfabética. La tradición escrita supone en cambio el triunfo de la
teoría, theoría, la ciencia, episteme, un sistema de definiciones y
razonamientos lógicos, por lo que se produce “el nacimiento del sujeto crítico, esto es, capaz de separarse de
la tradición en que se encuentra
inmerso”. Este paso de la oralidad al dominio de la escritura se
refuerza con la transición de la sophía a
la philosophía, con el paso del mythos al
logos, aunque en este último punto
Gasparotti se muestra bastante precavido porque en un contexto todavía
eminentemente oral y homérico las palabras mythos
y logos parecen haber
intercambiado los papeles. En cualquier caso, no cabe ninguna duda de que el
papel del logos como lenguaje es
determinante en el nacimiento de la filosofía. Gasparotti toma el mito de
Prometeo, tal como se cuenta en el Protágoras
de Platón, para fundamentar esta cuestión, ya que sabemos que, expulsado del
regazo de los dioses, el hombre es un ser mortal dotado de lenguaje gracias al
robo del fuego por parte de Prometeo. El logos,
entendido como lenguaje, “constituye la principal fuerza de los hombres,
condenados de otro modo a un destino de miseria y de impotencia”. Esta
propuesta se refuerza con la interpretación sugerente, aunque ciertamente
farragosa y enrevesada, que Romano Gasparotti ofrece del importante pasaje de la
Carta VII de Platón
(341b-344d), en donde el filósofo ateniense argumenta en favor de la
preeminencia de la expresión oral sobre la expresión escrita. El pasaje es
fundamental porque presenta un claro ejemplo de epistemología platónica.
Gasparotti intuye que el objetivo principal de Platón es ofrecer un logos verdadero como alternativa al conocimiento,
un asunto principal que es concreto y no abstracto, y que no se puede definir
por escrito. A través de abigarrados argumentos Gasparotti llega a una
conclusión que el Parménides
platónico confirma como la cuestión crucial de la filosofía griega, es decir,
“el problema de la unidad y de la díada, esto es de la identidad y de la
diferencia”, el tema que seguramente no se podía articular por escrito
en la Carta VII.
Partiendo de la idea establecida por
la historiografía moderna según la cual Platón representa la filosofía, philosophía, y Sócrates culmina una
época de sabiduría, sophía,
Gasparotti considera, en definitiva, que la filosofía se ha constituido
esencialmente como interpretación de la sophía,
“como saber segundo y dialógico por excelencia”, “como saber-sobre…, o sea como discurso sobre…lo
otro”, con lo que el logos filosófico adquiere una naturaleza
claramente hermenéutica, pero sin olvidar que la filosofía no se puede reducir
a simple erudición cultural, ejercicio historiográfico o pura teoría.
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