jueves, 28 de febrero de 2019

Habla, si quieres que te conozca


Preocupado por el empobrecimiento y la perversión del lenguaje, señas de identidad de los tiempos que corren, el historiador y naturalista Ramón Grande del Brío ha escrito un libro, Habla, si quieres que te conozca (Cuadernos del Laberinto, 2016), en donde trata de mostrar que el maltrato de la lengua es el reflejo de una sociedad enferma. Por ello se esfuerza en relacionar la degradación ética y la descomposición lingüística, es decir, la decadencia en el uso del lenguaje como un reflejo de la sociedad actual. La idea implícita es que la despersonalización de la vida social contribuye a la desvalorización de la carga conceptual del lenguaje.
El autor habla a menudo de desnaturalización del lenguaje, de atropellos lingüísticos. Esta trivialización del lenguaje se manifiesta, sobre todo, en medios judiciales, pero también en el ámbito científico y académico. Preocupado, sobre todo, por las implicaciones de los errores de la lengua en el campo jurídico, Grande del Brío se alarma ante el “absurdo bizantinismo”, la pobreza del lenguaje científico, la falta de precisión terminológica y epistemológica, que puede constituir un peligro cuando en el ámbito judicial los jurados populares carecen de la precisión semántica necesaria para captar en ocasiones el significado de las palabras.
El ensayo está repleto, tal como nos recuerda el propio autor, de “casos de uso incorrecto de la lengua y de desastrosa conceptuación”. Grande del Brío se detiene en el abuso del eufemismo, la feminización de determinadas palabras, el empleo de sustantivos desprovistos de artículos, la ausencia de preposiciones y la confusión entre prefijos y sufijos. Se queja, al mismo tiempo, de la forma en que se usa el pretérito imperfecto en determinados medios como reflejo de la ambigüedad y la indeterminación de la sociedad moderna, pero también se queja del exceso de información, de los que denomina normativistas que embrollan la lengua con tecnicismos, de los autores hipercríticos, de la hipercorrección lingüística, de la chabacanería y la gratuidad en el uso del lenguaje. A todo ello hay que unir determinadas obsesiones que acompañan al autor, como la nefasta difusión de la conjunción disyuntiva sustituyendo a la conjunción copulativa, el empleo erróneo del subjuntivo y la necesidad de un adecuado uso de los signos de puntuación para lograr pausa, armonía y musicalidad en la lectura de los textos, que se antoja fundamental porque el lenguaje tiene un tempo.           
Grande del Brío da la sensación de que ansía la elegancia perdida en el lenguaje. Por eso, insiste en considerar la lengua como un organismo vivo, en constante evolución y desarrollo, y recuerda en varias ocasiones que el lenguaje tiene una estructura matemática, profundizando en las relaciones entre las teorías científicas y el lenguaje para poner de relieve la prostitución del idioma. El alegato en defensa de la lengua que hace Grande del Brío deja, en definitiva, la impresión de que tan nefasta es la excesiva laxitud como la excesiva rigidez en el empleo del lenguaje.

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