La primavera finge ser otoño mientras caen, sorprendentemente, las flores. Se lamentan acaso el ruiseñor y el águila. La sagrada naturaleza se estremece. Un murmullo lúgubre se escucha. Se queja el trueno y se enfurece el viento. Se escuchan las endechas de los pastores, que acuden a la montaña.
miércoles, 29 de abril de 2020
Adonais
En
homenaje a Percy B. Shelley y John Keats
El cielo azul de
Italia cobija la tumba de Adonais. Ni la destrucción ni la corrupción alcanzan
su cuerpo, embalsamado, sobre el que brilla una guirnalda de anademas y la
palidez de su rostro a la luz de la luna. El cadáver exhala un dulce aroma. Los
fugaces pensamientos han desaparecido de su frente y una lágrima resplandece en
su pupila.
Tras la muerte de Adonais, el poeta reclama la presencia de Urania, su
madre, para llorar y velar el lecho donde yace su hijo. Urania se levanta y
recorre, llena de miedo y de dolor, el camino que conduce al lugar donde reposa
Adonais. Se lamenta y tan solo espera un beso y unas últimas palabras. El
tiempo gira en su ciclo. Un ser extraño también acude al duelo. Porta una
brillante lanza que sacude con fuerza y canta con dulce voz. Hacia el sepulcro,
en Roma, la ciudad en donde reina soberana la muerte, avanza Venus, porque
siente la llamada de Adonais.
La primavera finge ser otoño mientras caen, sorprendentemente, las flores. Se lamentan acaso el ruiseñor y el águila. La sagrada naturaleza se estremece. Un murmullo lúgubre se escucha. Se queja el trueno y se enfurece el viento. Se escuchan las endechas de los pastores, que acuden a la montaña.
Sabemos que el alma de Adonais ondeará en las fuentes, ajena al miedo y
al dolor, porque una virgen protectora cuidó al hermoso niño, porque ya no
sufrirá los estragos del tiempo, porque Adonais vive, en la joven Aurora, en
los bosques y cavernas, en las fuentes, en las flores, confundiéndose con la
naturaleza, y despliega su hermosura, como un astro, lleno de luz.
Una pirámide acoge el sepulcro, donde se observan ramos de alegres y
encendidas flores, en el camposanto. Es la gloria de lo eterno frente al
deslumbrante y azul cielo de Roma, frente a las estatuas, la música, las
flores, las ruinas y las palabras. Todo se diluye ante la cercanía de la
partida. Es la luz, la belleza, la fuerza, el poderoso aliento invocado y que
arroja el espíritu más allá, hacia el lugar del firmamento donde brilla el alma
de Adonais. Azul, siempre azul el cielo de Roma.
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