jueves, 30 de septiembre de 2021

Autobiográfica 7

 

Durante mucho tiempo pensé que podía escribir una historia sobre Napoleón. Me rondaba una idea por la cabeza, algo parecido a una suerte de monólogo del general francés en la isla de Santa Elena. Pero, a veces, esa semilla que brota en la mente y que pulula durante un tiempo en el espacio de la memoria no termina de cuadrar, no fructifica. Entonces, progresivamente la mente busca nuevos campos en los que germinar con provecho, abandonado aquellos que se muestran estériles. De pronto, una luz empieza a iluminar el camino y todo empieza a verse más claro, más rotundo. Así aconteció cuando me percaté de que había abandonado la idea de escribir una obra de teatro sobre Napoleón y de que mi mente se veía arrastrada por la poesía de Dante Alighieri. Era una llamada irrevocable, que no podía dejar de lado. Me adentré, pues, en el mundo de Dante, como si fuese la última cosa que me quedaba por hacer como escritor, como si se estuviese consumiendo mi último aliento en esa empresa.   

            Recuerdo que, por aquella época, me lancé con pasión a la lectura de la biografía de Dante escrita por Giorgio Petrocchi. Enseguida me dejé arrastrar por una cuestión que siempre me había interesado, a saber, la cuestión del exilio de Dante. En el año 1301 Dante había actuado como prior varios meses, tomando decisiones políticas que afectaban al gobierno de Florencia. Algunas de estas decisiones seguramente no gustaron al pontífice Bonifacio VIII y se encuentran en la base del enfrentamiento posterior entre el poeta y el Papa. Dante formaba parte del grupo de los “blancos”, que dominaban la ciudad. Sin embargo, a principios de 1302, en un clima de guerra civil, los “negros” pasaban a controlar la ciudad de Florencia. En este contexto histórico se producía el exilio de Dante. Pero recuerdo que lo que me llamó la atención al leer el libro de Petrocchi, desde un primer momento, era que el gobierno de Florencia había aprobado dos decretos contra el poeta, uno en enero y otro en marzo de 1302. El primer decreto le obligaba a marchar de Florencia por espacio de dos años y a pagar 5000 florines, pero el segundo decreto suponía la muerte del poeta.

En realidad, no hay ningún documento que pueda certificar en qué momento Dante abandona Florencia. No sabemos si se marcha antes del primer decreto o si decide esperar un poco, exiliándose antes del segundo decreto. El caso es que jamás volvió a pisar Florencia. Esta idea de destierro siempre me ha conmovido. Cuando era joven, siendo estudiante de historia antigua, me había seducido la idea de ostracismo, una forma de exilio que tenía lugar en la antigua Atenas. Ya entonces me había sorprendido el hecho de que personas influyentes, que en ocasiones habían realizado actividades honrosas para su ciudad, en este caso Atenas, se veían obligadas a marchar lejos de su patria. Pero no es necesario irse a Atenas. El exilio de españoles desde la guerra civil es otro claro ejemplo, terrible y conmovedor. La pregunta, pues, que me planteaba por aquel entonces era la siguiente: ¿Qué pasaría por la cabeza de Dante, el más laureado poeta de su época, en el exilio? Pensé, en aquel momento, que quizá, desde la perspectiva de la vejez del poeta, después de haber transitado por toda Italia, se podía sugerir una historia que abordase las circunstancias en las que Dante se ve obligado a marchar de Florencia. Como no sabemos realmente cuáles son esas circunstancias, pensé que el vacío que deja la historia se podía llenar con la poesía y la imaginación.

Ahora bien, lo que sí sabemos es que, pocos meses antes del exilio, Dante había marchado a Roma como embajador ante el pontífice Bonifacio VIII. Decidí, por tanto, que el punto de partida de la obra de teatro que iba a escribir, El exilio de Dante, debía ser la vuelta del poeta a Florencia, tras la embajada ante el Papa. A las afueras de la ciudad, Dante, acompañado siempre de su fiel Petronio, se queda perplejo ante una visión, una joven que deambula por la floresta. Así se inicia la fábula. ¿De dónde procede esta visión? Cuando uno se asoma a las Rimas de Dante se percata rápidamente de que el poeta se deja llevar por una visión erótica en donde los nombres de diferentes doncellas parecen reproducir siempre la misma imagen, que nos lleva directamente a Beatriz, el mito erótico sobre el cual se sustenta la Commedia. Dicho de otro modo, da la impresión de que el poeta, tras la muerte de Beatriz, veía a su ángel amado en otras mujeres. Son, precisamente, unos versos de las Rimas de Dante los que me inspiran la visión que da inicio a la obra de teatro: “Tu, Violetta, en forma più che umana / foco mettesti dentro in la mia mente”. La joven, pues, que aparece en la floresta ante el poeta, a la entrada en Florencia, es la Violeta Minerbetti de las Rimas. Dante siente en ese instante un arrebato poético que le conmueve. La obra de teatro se abre, por decirlo de algún modo, con una vía poética y erótica: Dante consumido por el ardor ante la imagen de Violeta. Pero en la pieza de teatro deseaba llegar más lejos todavía en esta propuesta poética y erótica. Pensé, en este sentido, que sería bueno para la historia duplicar el personaje femenino. Como en las Rimas de Dante se menciona a una tal Fioretta “mia bella e gentile”, que porta una guirnalda de flores en la cabeza, a la que el poeta llama también “donna mia”, imaginé entonces que Fioretta sería la hermana gemela de Violeta, lo que provocaría una serie de duplicidades que podrían enriquecer la fábula.

Consideré necesario, por lo demás, plantear ciertas cuestiones en la obra de teatro que formaban parte del contexto histórico en el que se produce el exilio de Dante. Era casi inevitable, teniendo en cuenta, sobre todo, que en ese momento había estallado en Florencia una guerra civil entre “blancos” y “negros”. La facción de los “negros” pasaba a dominar la ciudad y se iniciaban los juicios políticos contra los “blancos”. El poeta se convierte así, en la pieza de teatro, en una especie de intermediario entre las dos facciones rivales, tratando de mediar para solucionar el conflicto, lo que le lleva a un enfrentamiento directo con el enviado del Papa, el cardenal Matteo d’Aquasparta. Pero este contexto histórico, que ya de por sí tiene bastante fuerza dramática, se refuerza con otra cuestión añadida, una idea que vagaba por mi mente esperando el momento de alzar el telón. Recordaba que tanto en la guerra de Troya como en la guerra del Peloponeso se mencionaban los efectos de una epidemia, relacionados con el propio desarrollo del conflicto bélico. Pensé, entonces, que la guerra civil florentina podía encontrar el aderezo de una epidemia, lo que permitía dotar a la pieza de teatro de un tono solemne, casi religioso. O al menos ésa era la intención. Porque, a veces, sucede que en la construcción literaria de una obra determinada se van añadiendo ideas, pero no siempre se logra el efecto adecuado.          

Mi Dante, a fin de cuentas, tiene que lidiar con todas las ideas que en esa época de mi vida circulaban por mi mente, esperando el momento de salir a la luz y adecuarse a una historia determinada. Pobre Dante, pero, sobre todo, pobre autor, y con esto acabo el lamento, porque escribir los monólogos del poeta, del viejo Dante, un hombre anciano y cansado, es un acto de fe y de voluntad que convierten al autor, sin desearlo, por una especie de asimilación, en un hombre, también, anciano y cansado.

 

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