Existe una larga tradición de cancioneros amorosos, de poemarios inspirados por una figura femenina. En ocasiones, esa figura se presenta como un personaje que responde a una realidad tangible, pero a veces es tan sólo un ideal, un símbolo que ilumina la voz del poeta. En esa gloriosa tradición se puede incluir ahora Gratia plena, un cancionero amoroso en donde palpita la tradición becqueriana, pero que también recoge ecos de Petrarca, del marqués de Santillana y de San Juan de la Cruz. El autor de tan singular propuesta es el poeta abulense Luis García Arés, fundador de la editorial Cuadernos del Laberinto, junto a su hija Alicia Arés, en el año 2006. Se puede pensar, por tanto, que, tras la muerte del poeta en 2013, el amor filial ha impulsado el recuerdo de la obra de García Arés, pues este cancionero se puede leer en continuidad con los deliciosos Versos para la Navidad publicados a finales de 2019.
Imbuido de la tradición clásica
castellana e italiana, García Arés ha hecho de la figura femenina, Beatriz -en
este caso su mujer-, el ideal que lo envuelve todo, el objetivo del canto. En
un aparente universo cerrado, configurado por la protagonista y su cantor, todo
apunta a una perspectiva más amplia, a una conjunción del amor humano y del
amor divino que transfigura y universaliza el poemario. Y es que la intención,
sugerida por el propio autor, es desde una perspectiva tradicional ahondar en
lo universal. Así pues, el amor humano se convierte en una expresión del amor
divino, un espejo en que la hermosura de Beatriz refleja la gracia divina. Por
eso, los dones de la amada “es patente que vienen de la Altura” y por eso,
también, el impulso que mueve al poeta es el mismo “que mueve y ha movido a
tantos peregrinos”. Es evidente, pues, que la fuente del amor tiene un trazo
divino.
Los versos que presenta García Arés “son
razones de amor”, quizá recordando a Pedro Salinas, son versos de meridiana
claridad, que se ciñen a una idea solamente. Los elementos que configuran el
trayecto del poeta son la luz que rompe la noche oscura, la llama que arde en
el pecho, los ojos como ventana del amor o las manos que transmiten plenitud. La
naturaleza toda se convierte en testigo del amor que transfigura al poeta, “porque
la tierra es madre y la brisa es dulzura, / porque es muy clara el agua y la
llama es ardor”.
En Gratia plena, la mirada del
poeta es “remota, juvenil e ilusionada”, es atemporal precisamente porque
atraviesa el tiempo. Consciente de que el amor transita en el invierno de su
existencia, el poeta no se aflige. Sabe que es la época de la plenitud, en
donde el amor fluye por una senda pura y bella, que se asemeja, en cierta
medida, al renacimiento de la vida con la llegada de la primavera. Ése es el
secreto, el arcano del que habla el poeta en estos cálidos y serenos versos,
porque, a fin de cuentas, “en este mundo descarnado y duro / donde todos
persiguen la fortuna / quedan islas bañadas por la luna / y brisas de aire
fresco y limpio”. Sabedor de que la vida es como una partida de ajedrez en la
que no se puede evitar la celada, el poeta camina de la mano de Beatriz, mientras
su periplo apunta finalmente en una única dirección, sugerida, que incita a
buscar los “signos de un mundo más feliz”.
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