lunes, 31 de octubre de 2022

Atrapa el pez dorado


1. David Lynch lleva practicando la meditación trascendental desde 1973, a razón de dos sesiones diarias de veinte minutos, una por la mañana y otra por la tarde. Para explicar la influencia que dicha meditación ha ejercido en su vida y en su actividad creativa, Lynch ha escrito Atrapa el pez dorado, un libro que acaba publicándose en 2006 (Reservoir Books, 2022) y que discurre casi como una exploración autobiográfica. Es evidente que las sesiones de meditación proporcionan a Lynch un permanente estado de felicidad y una mayor percepción de la belleza, pero también fomentan la intuición, muy necesaria en el trabajo del director, siempre obsesionado por captar ideas en las aguas más profundas, el lugar donde son más puras y más bellas, y también más abstractas. La meditación, según cuenta Lynch, ha servido para eliminar de su vida la depresión y la rabia, para tener más claridad y creatividad a la hora de “atrapar ideas”. Lynch está convencido, en este sentido, del tremendo efecto que genera la conciencia pura, la búsqueda del yo, pues es una especie de luz que elimina la negatividad, mejorando todo a nuestro alrededor, facilitando la dicha, una especie de genuina alegría. Pero la meditación, además, permite tener “una experiencia holística: todo el cerebro está en funcionamiento”. Esa visión global es la que interesa a Lynch, porque se traduce de forma efectiva en su actividad creativa. 

 

2. Lynch inicia su trayecto autobiográfico hablando de los sueños de la infancia: los recuerdos de los bosques y de los amigos. En ese espacio mágico de la infancia sueña con dibujar y pintar, con ser artista. Obsesionado con la pintura y la vida artística, Lynch tiene claro que el arte requiere de tiempo, mucho tiempo en realidad, para poder adentrarse en “la senda de los descubrimientos”. Pero una vez dedicado por entero a la pintura, en un momento determinado se plantea la posibilidad de que el cine pueda ser “un modo de dar movimiento a la pintura”. Es así como Lynch se enamora del medio cinematográfico, porque comprende que es un lenguaje en sí mismo, distinto a los demás, que combina diferentes elementos y que es muy próximo a su forma de concebir el arte como una totalidad. Como contador de historias, Lynch va a emplear ese lenguaje para expresar ideas y abstracciones. Con rotundidad lo afirma: “Me gustan las historias que contienen abstracciones”. El punto de partida en su trabajo cinematográfico es siempre la idea. Aquí es donde juega un papel determinante la meditación. La conciencia ayuda a capturar las ideas que anidan en las aguas más profundas y ayuda, también, a traducir esas ideas en experimentos. “La idea es todo”, escribe Lynch. “Si te mantienes fiel a la idea, en realidad esta te dice todo lo que necesitas saber”. Así pues, en el momento en que surge una idea se inicia la película, que luego se construye a partir de fragmentos. La primera idea ejerce de catalizador. “Es una pieza esperanzadora”, sugiere Lynch, que luego vuela impulsada por el deseo. En Cabeza borradora (1977), por ejemplo, una frase de la Biblia ejerce de elemento catalizador. A veces, esa idea es ajena, no es personal, procede de otro lugar, pero se adapta, siempre que transmita emoción, como ocurre en el caso de una Una historia verdadera (1999). En cualquier caso, todo en una película debe seguir el hilo de esa idea original. Los continuos ensayos, sin ir más lejos, tienen la intención de acercarse poco a poco a esa idea que se persigue. Nada debe perturbar el trabajo y el desarrollo de la idea. Mientras el mundo se acelera a su alrededor, Lynch se concentra completamente en la película y se muestra ajeno al desplazamiento continuo de la vida. Su concepción holística del cine convierte al cineasta en el autor, por lo que todos los elementos de la película, que deben seguir la idea original, son manejados por el director, incluyendo por supuesto el montaje final. Lynch se inmiscuye, por eso, en la música, que debe actuar a modo de elevación, y en el sonido, que debe contribuir a crear ambiente, pero también en la luz, que debe amoldarse a la idea, igual que todo lo demás. “Cada historia”, escribe Lynch, “posee un mundo propio, un ambiente y una atmósfera también propios”. No obstante, Lynch se muestra abierto a nuevas cosas en el rodaje, a imprevistos que pueden cambiar la situación. Y también tiene claro que, en ocasiones, es necesario eliminar escenas que están bien solas pero que no funcionan en el conjunto. Todos los elementos, como en una orquesta, deben contribuir a la idea, al todo. Y cuando el proceso ha terminado la película no necesita nada más, porque “una película debe valerse por sí misma” y no requiere, por supuesto, de interpretación por parte del cineasta. Siempre predispuesto a nuevas experiencias artísticas, a nuevos caminos, Lynch emplea el vídeo digital para rodar Inland Empire (2006), una película que supone una ruptura en su carrera como cineasta y que está hecha como a fragmentos, es decir, como casi todas sus películas. Por esta época, Lynch parece haberse dejado llevar por las nuevas fórmulas que impone el mundo digital, consciente de las transformaciones que está experimentando el cine en ese momento, tanto en la filmación como en la distribución.

 

3. Lynch siempre ha sentido un gran interés por el mundo de los sueños, pero en Atrapa el pez dorado deja bien claro que las mejores ideas no proceden de los sueños. Se encuentran escuchando música, paseando, meditando. El cineasta adora los misterios, porque reflejan su visión del mundo, su peculiar forma de ver las cosas. Adora también el fuego, la electricidad, el humo, las luces que parpadean, la textura de los cuerpos en descomposición (en primeros planos), el trabajo de la madera, “ver salir a gente de la oscuridad”. Lynch no cree que el miedo mejore el trabajo. Lo empeora. El sufrimiento no es necesario para la creatividad. Lo que el cineasta realmente necesita es energía y claridad, que proceden, sin duda, de un estado de ánimo favorable para la creación. Los consejos de Lynch apuntan en este sentido: dejarse llevar por el sentido común, la fidelidad a uno mismo, el conocimiento interior, la felicidad, dormir bien, insistir, tener fortaleza mental, buscar un equilibrio entre el éxito y el fracaso. A todo ello contribuye la meditación. Pero Atrapa el pez dorado va más lejos, ofreciéndonos una imagen insólita de Lynch, un cineasta dominado por un claro afán de trascendencia, obsesionado con la idea de emplear la conciencia y la meditación en la vida para lograr de este modo objetivos mayores: la compasión y la paz, para hacer del mundo un lugar mejor, no ese lugar espantoso en el que vivimos. No cabe duda: cuando llegue el final me imagino a David Lynch caminando hacia la luz, lleno de felicidad. 

 

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