1. David Lynch
lleva practicando la meditación trascendental desde 1973, a razón de dos
sesiones diarias de veinte minutos, una por la mañana y otra por la tarde. Para
explicar la influencia que dicha meditación ha ejercido en su vida y en su
actividad creativa, Lynch ha escrito Atrapa el pez dorado, un libro que
acaba publicándose en 2006 (Reservoir Books, 2022) y que discurre casi como una
exploración autobiográfica. Es evidente que las sesiones de meditación proporcionan
a Lynch un permanente estado de felicidad y una mayor percepción de la belleza,
pero también fomentan la intuición, muy necesaria en el trabajo del director,
siempre obsesionado por captar ideas en las aguas más profundas, el lugar donde
son más puras y más bellas, y también más abstractas. La meditación, según
cuenta Lynch, ha servido para eliminar de su vida la depresión y la rabia, para
tener más claridad y creatividad a la hora de “atrapar ideas”. Lynch
está convencido, en este sentido, del tremendo efecto que genera la conciencia
pura, la búsqueda del yo, pues es una especie de luz que elimina la
negatividad, mejorando todo a nuestro alrededor, facilitando la dicha, una
especie de genuina alegría. Pero la meditación, además, permite tener “una
experiencia holística: todo el cerebro está en funcionamiento”. Esa
visión global es la que interesa a Lynch, porque se traduce de forma efectiva
en su actividad creativa.
2. Lynch inicia
su trayecto autobiográfico hablando de los sueños de la infancia: los recuerdos
de los bosques y de los amigos. En ese espacio mágico de la infancia sueña con
dibujar y pintar, con ser artista. Obsesionado con la pintura y la vida
artística, Lynch tiene claro que el arte requiere de tiempo, mucho tiempo en
realidad, para poder adentrarse en “la senda de los descubrimientos”.
Pero una vez dedicado por entero a la pintura, en un momento determinado se
plantea la posibilidad de que el cine pueda ser “un modo de dar movimiento a la
pintura”. Es así como Lynch se enamora del medio cinematográfico, porque
comprende que es un lenguaje en sí mismo, distinto a los demás, que combina
diferentes elementos y que es muy próximo a su forma de concebir el arte como
una totalidad. Como contador de historias, Lynch va a emplear ese lenguaje para
expresar ideas y abstracciones. Con rotundidad lo afirma: “Me gustan las
historias que contienen abstracciones”. El punto de partida en su
trabajo cinematográfico es siempre la idea. Aquí es donde juega un papel
determinante la meditación. La conciencia ayuda a capturar las ideas que anidan
en las aguas más profundas y ayuda, también, a traducir esas ideas en
experimentos. “La idea es todo”, escribe Lynch. “Si te mantienes fiel a la
idea, en realidad esta te dice todo lo que necesitas saber”. Así pues,
en el momento en que surge una idea se inicia la película, que luego se
construye a partir de fragmentos. La primera idea ejerce de catalizador. “Es
una pieza esperanzadora”, sugiere Lynch, que luego vuela impulsada por
el deseo. En Cabeza borradora (1977), por ejemplo, una frase de la
Biblia ejerce de elemento catalizador. A veces, esa idea es ajena, no es
personal, procede de otro lugar, pero se adapta, siempre que transmita emoción,
como ocurre en el caso de una Una historia verdadera (1999). En
cualquier caso, todo en una película debe seguir el hilo de esa idea original.
Los continuos ensayos, sin ir más lejos, tienen la intención de acercarse poco
a poco a esa idea que se persigue. Nada debe perturbar el trabajo y el
desarrollo de la idea. Mientras el mundo se acelera a su alrededor, Lynch se
concentra completamente en la película y se muestra ajeno al desplazamiento
continuo de la vida. Su concepción holística del cine convierte
al cineasta en el autor, por lo que todos los elementos de la película, que
deben seguir la idea original, son manejados por el director, incluyendo por
supuesto el montaje final. Lynch se inmiscuye, por eso, en la música, que debe
actuar a modo de elevación, y en el sonido, que debe contribuir a crear
ambiente, pero también en la luz, que debe amoldarse a la idea, igual que todo
lo demás. “Cada historia”, escribe Lynch, “posee un mundo propio, un ambiente y
una atmósfera también propios”. No obstante, Lynch se muestra abierto a
nuevas cosas en el rodaje, a imprevistos que pueden cambiar la situación. Y
también tiene claro que, en ocasiones, es necesario eliminar escenas que están
bien solas pero que no funcionan en el conjunto. Todos los elementos, como en
una orquesta, deben contribuir a la idea, al todo. Y cuando el proceso ha
terminado la película no necesita nada más, porque “una película debe valerse
por sí misma” y no requiere, por supuesto, de interpretación por parte
del cineasta. Siempre predispuesto a nuevas experiencias artísticas, a nuevos
caminos, Lynch emplea el vídeo digital para rodar Inland Empire (2006),
una película que supone una ruptura en su carrera como cineasta y que está
hecha como a fragmentos, es decir, como casi todas sus películas. Por esta
época, Lynch parece haberse dejado llevar por las nuevas fórmulas que impone el
mundo digital, consciente de las transformaciones que está experimentando el
cine en ese momento, tanto en la filmación como en la distribución.
3. Lynch siempre
ha sentido un gran interés por el mundo de los sueños, pero en Atrapa el pez
dorado deja bien claro que las mejores ideas no proceden de los sueños. Se
encuentran escuchando música, paseando, meditando. El cineasta adora los
misterios, porque reflejan su visión del mundo, su peculiar forma de ver las
cosas. Adora también el fuego, la electricidad, el humo, las luces que
parpadean, la textura de los cuerpos en descomposición (en primeros planos), el
trabajo de la madera, “ver salir a gente de la oscuridad”. Lynch no
cree que el miedo mejore el trabajo. Lo empeora. El sufrimiento no es necesario
para la creatividad. Lo que el cineasta realmente necesita es energía y
claridad, que proceden, sin duda, de un estado de ánimo favorable para la creación.
Los consejos de Lynch apuntan en este sentido: dejarse llevar por el sentido
común, la fidelidad a uno mismo, el conocimiento interior, la felicidad, dormir
bien, insistir, tener fortaleza mental, buscar un equilibrio entre el éxito y
el fracaso. A todo ello contribuye la meditación. Pero Atrapa el pez dorado va
más lejos, ofreciéndonos una imagen insólita de Lynch, un cineasta dominado por
un claro afán de trascendencia, obsesionado con la idea de emplear la
conciencia y la meditación en la vida para lograr de este modo objetivos
mayores: la compasión y la paz, para hacer del mundo un lugar mejor, no ese
lugar espantoso en el que vivimos. No cabe duda: cuando llegue el final me
imagino a David Lynch caminando hacia la luz, lleno de felicidad.
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