sábado, 29 de abril de 2023

Mi suicidio

 

1. Mi suicidio (Trama, 2020) se edita en Lausana en 1926, en una edición limitada, tras el suicidio de Henri Roorda, gracias a los amigos del escritor. Confesión, ajuste de cuentas con la vida, reflexión sobre lo vivido, sobre los errores cometidos, Mi suicidio es, sobre todo, un ejercicio de preparación hacia la muerte mediante una exaltación de la alegría. De hecho, el propio Roorda comenta que el librito que se proponía escribir iba a titularse El pesimismo alegre. Y es que, a pesar del tema principal del relato, Roorda no elude desde el primer momento el humor, la ironía, esa fina alegría que surge entre líneas y que está socavada por el pesimismo que puede provocar la cercanía del final. Roorda es un amante de los pequeños placeres de la vida. A pesar de su sobria educación moral y de su tendencia a la utopía, el escritor se aferra a lo terrenal, sabiendo que la búsqueda de provisiones es necesaria para poder desarrollar la libertad de espíritu. La cuestión fundamental en la existencia humana es, pues, cómo encontrar los recursos necesarios, sin llegar a la extenuación, para poder disfrutar de los bienes que nos ofrece la vida, para contar “con muchas horas para amar, para gozar del propio cuerpo y para divertirnos con nuestra inteligencia”. Por eso, Roorda se detiene en la importancia que atesora el dinero en la sociedad capitalista moderna y se refiere, con ironía, a esa forma que tienen de ver el mundo los financieros, los comerciantes, los negociantes y los banqueros, cuando se dispone de los recursos y provisiones necesarias para adoptar una mirada grave, de superioridad. La pobreza limita la visión. Roorda bromea, en definitiva, con el orden social que contribuye a sostener la clase burguesa, precisamente porque su espíritu representa justo lo contrario.

2. Ha llegado el momento de morir. Roorda no quiere ser una carga para nadie, porque es consciente de que su presencia ha causado pesares a otros seres humanos, tal como ocurre, en ocasiones, en la relación del matrimonio, donde a veces se causa dolor a la pareja sin ser consciente de ello, provocando un sufrimiento inacabable. Hedonista donde los haya, Roorda se presenta como un ser egoísta, sin un claro sentido moral, pero al mismo tiempo benevolente, un ser que reflexiona sobre el valor de la educación, sobre la necesidad de emocionarse con las verdades que se enseñan. Roorda necesita embriagarse, sentir la alegría de la vida, pero considera que su vida y su tiempo están acabados. “Hay cosas en nosotros que duran demasiado tiempo”, señala el escritor, a modo de metáfora. Sabedor de que el hombre está condenado a la soledad y a la tristeza, precisamente por su condición de individuo que imagina y que piensa, y sabedor de que “nuestra estúpida moralidad” nos condena en muchas ocasiones, coartando nuestra libertad, Roorda no encuentra otro camino que el suicidio. No es necesario justificar nada porque las razones que puede esgrimir un escritor siempre están más o menos “amañadas”. “Hay existencias anormales que conducen al suicidio. Eso es todo". Al final, ni siquiera la literatura y las conversaciones ofrecen consuelo al escritor. Sólo la contemplación de las cosas: “Soy feliz”, concluye, “viendo el cielo, los árboles, las flores, los animales, los hombres. Ver me hace feliz”. Es lo que verdaderamente posee valor en la vida. El resto conduce irremediablemente al suicidio.     

 

 

 

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