jueves, 27 de abril de 2017
El escritor y su imagen
En 1975
Ediciones Guadarrama publica una compilación de ensayos de Francisco Ayala
sobre grandes escritores españoles de la generación del 98, con el
significativo título de El escritor y su
imagen. Ayala adopta en estos ensayos una doble perspectiva, directa por los recuerdos personales que le unen a
estos escritores y distante a la vez porque habla de un pasado ya concluso. El
primer ensayo, dedicado a la crítica literaria de Ortega y Gasset, supone un
acercamiento de Ayala a la persona con quien compartió tertulias, afectos y
admiración. Se evidencia desde un primer momento el intento de vincular la
crítica literaria con la filosofía y la estética de Ortega, el concepto de
género literario en su relación con la función estética. Sabemos que Ortega
trataba de dar plenitud de significado a los objetos que estudiaba, potenciando
las obras, enseñando a leer los libros. Ayala parece retomar esta idea
orteguiana pretendiendo rescatar el primitivismo de la cultura española, el
carácter arcaico y la rudeza de la estética y de la poesía primitiva española
frente a la retórica literaria que se impone en el Barroco. Por eso, no es de
extrañar que Ayala se centre en el análisis orteguiano de Baroja, tratando por
una parte de desvincularse de la retórica barroca y procurando desentrañar el
misterio barojiano.
El ensayo sobre Azorín parte de una serie de consideraciones sobre el comportamiento
político volátil del escritor. La idea de Ayala es relacionar las ideas
políticas y la personalidad de Azorín con la creación literaria, buscando
vínculos de unión entre la actitud del escritor y el carácter provocador, en
general, de los miembros de la generación del 98 para, finalmente, hacer
hincapié en la cosmovisión de Azorín, en donde se mezclan ciertas ideas
anarquistas con el nihilismo y la influencia de Schopenhauer y Nietzsche, una
visión desoladora y escéptica de la existencia humana que contribuye a dar
sentido a muchas de sus actuaciones y a parte de sus escritos. Esa misma idea,
la búsqueda de unidad entre actitudes y obra literaria, recorre la visión de
Valle-Inclán, pues Ayala considera que esa unidad, como en el caso de Azorín,
es indisociable. Ayala habla de las categorías estéticas de Valle-Inclán, a las
que todo se reduce, no sólo su literatura sino también sus intervenciones
políticas, sus extravagancias, hasta su indumentaria. Por eso se adentra en la
creación del personaje ideado por el propio escritor, en el histrionismo que
define su figura como efecto de los valores estéticos que configuran su visión
del mundo. Y sugiere, a fin de cuentas, la posibilidad de que en La lámpara maravillosa se encuentre
definido su ideario estético, que apunta al gnosticismo. En el ensayo que
cierra el libro, Ayala trata de desvelar la estética de Machado, un hombre
desligado de la política y del mundo literario, un hombre solitario. Ayala se
propone relacionar la estética del poeta con el destino de su patria e insiste
en subrayar determinadas ideas que subyacen en la poesía de Machado, como el
tema de Caín o la presencia de la muerte. Ayala nos presenta la imagen de un
Machado pensador, cercano a la filosofía, un hombre que en sus mejores poesías
es capaz de convertir la meditación metafísica en emoción lírica.
jueves, 30 de marzo de 2017
Autobiográfica 4
A veces, sin darnos cuenta, tendemos
a leer libros que tienen un sustrato común. Durante años no me había percatado
de que existía un principio rector que envolvía todas mis lecturas. En
determinado momento, posiblemente del año 2007, siendo ya consciente de esta
circunstancia, comienzo a recopilar materiales dispersos, pequeños ensayos que
reproducían una obsesión nada azarosa por la dualidad. Así se empieza a gestar
un libro acabado en 2008 y titulado finalmente Jano ante el espejo (Ediciones Irreverentes, 2011). El ensayo,
llamémoslo así, concebido como un collage, está hecho de retales, de fragmentos
engarzados con comentarios literarios, y aderezado con pequeñas historias y
notas autobiográficas.
Jano ante el espejo se inicia
con una historia. Tres viajeros descansan junto a las aguas de un manantial y
se fijan en una inscripción situada cerca del lugar donde reposan y que dice
más o menos así: “Pareceos a este manantial”. En el relato de Tolstoi los
personajes parecen meditar sobre la frase que reza en la inscripción.
Curiosamente, Jano ante el espejo se
cierra con otra historia que remite a una inscripción. En una de las tumbas del
cementerio de Thiaucourt, donde están enterrados soldados de la primera guerra
mundial y luchadores de 1870-1871, se lee lo que sigue: “Lejos de nuestros
ojos, pero cerca para siempre del corazón”. Consideré en ese momento, estoy
hablando de 2008, que seguramente era una forma oportuna de acabar el libro,
abriendo un resquicio a la verdad que anhelaba.
Poca gente ha leído, creo, este
libro. Se entremezclan, quizá, demasiados temas. Es un río que fluye desde la
ficción a la realidad, desde la nostalgia hasta la manía erótica, desde la
cultura hasta la naturaleza, desde la sabiduría hasta el escepticismo. Ofrece
literatura y vida. No como un diario. Desdibujando los límites entre géneros
andaba yo buscando, sin ser plenamente consciente, algo parecido a una
escritura transversal, algo parecido a una novela en marcha, algo parecido a
prosas apátridas. Pasados los años, el proyecto sigue en marcha porque una
necesidad vital me impulsa a continuar esa azarosa búsqueda. Y mientras se
acerca el final, que llegará más pronto o más tarde, pienso en una frase que
escribí entonces: “La búsqueda infructuosa de la verdad continúa. Porque
siempre, aunque soñemos brevemente con haber encontrado la paz, tarde o
temprano, antes o después, el sueño acaba y despertamos todos”. Por mi parte
eso es todo.
martes, 28 de febrero de 2017
Variaciones sobre tema mexicano
En 2002 el Fondo
de Cultura Económica publica Variaciones
sobre tema mexicano, de Luis Cernuda, celebrando de este modo el
cincuentenario de la primera edición. El poeta escribe este ensayo nada más
llegar a México, en 1952, en el contexto de una colección sobre el ser del
pueblo mexicano. Precisamente este tema había pasado desapercibido a los
escritores españoles del siglo XIX, desinteresados por los territorios
coloniales. De hecho, el propio Cernuda señala que, en principio, su posición
no distaba mucho de la de Larra o Galdós. Hasta que el azar –y la guerra civil-
sitúan al poeta en México. Después del exilio en Inglaterra y Estados Unidos,
Cernuda siente el placer de volver a escuchar la lengua española. Así se
inician estas variaciones.
El poeta contempla obsesivo el paisaje, descubre sus secretos mientras
pasea por el palacio de Miravalle, se fija en la dignidad del cuerpo femenino o
en el reposo de los cuerpos masculinos, en los ojos y la voz, en los atavíos y
en las actitudes, gusta de escuchar la música que tocan unos campesinos
rústicos, contempla la forma en que vida y muerte están entrelazadas, a la
vista de todos, en la cultura mexicana, observa a los pobres vendedores de
flores, se recrea, en definitiva, en el exótico misterio mexicano. Cernuda
capta este misterio en el interior de las iglesias, en la mezcla de lo sencillo
y lo barroco, en objetos donde anida la muerte. Y es que al adentrarse en territorio
mexicano, Cernuda advierte cómo el dolor y la pobreza, el fondo religioso y
sensual, la adoración a las imágenes o el sosiego remansado de las cosas se
asemejan al de su patria. Y contemplando un patio recuerda su infancia
andaluza.
Cernuda encuentra afinidad con el pueblo –mexicano- en el cuerpo más que
en el espíritu, se identifica con el indio, ese hombre a quienes otros pueblos
llaman no civilizado, y se queda absorto mirando el crepúsculo en el cielo, los
colores que se reflejan en las aguas del mar. Esta identificación con una nueva
tierra esta plagada de nostalgia. Una tonada musical evoca un lugar, un
espacio. Ensimismado en un jardín, que se asemeja a un rincón secreto, entre la
desolación, siente la espera en continuidad con el pasado, como si estuviese
perdido en una intersección del tiempo. La soledad y el tiempo de ocio en la
playa, mientras alborea, contribuyen a un momento irisado y perfecto.
Entre la
mirada y la palabra, allí donde reside la poesía, entre la posesión del cuerpo
como impulso vital, Variaciones sobre
tema mexicano encuentra un espacio para la búsqueda del instante deseado,
que se fragua en el amor del poeta hacia todo lo que ve.
domingo, 29 de enero de 2017
Las pequeñas virtudes
En 1962 la
editorial Einaudi, a la que siempre estuvo vinculada Natalia Ginzburg, publica Le piccole virtù (Las pequeñas virtudes, Acantilado, 2016), una recopilación de
ensayos escritos entre 1944 y 1962, con un claro tono autobiográfico. Invierno en los Abruzos, que abre el
libro y datado en el otoño de 1944, es una descripción entre melancólica y
nostálgica del exilio de Natalia Ginzburg en un pueblo cercano a Aquila,
mientras se desarrolla la guerra. La escritora retrata el aislamiento invernal,
las costumbres ancestrales de las gentes, los paseos por la nieve, las estufas
de las casas, los canalones rotos. Acompañada de su marido y de sus hijos,
Ginzburg tiene la sensación de haber atravesado en ese otoño la mejor época de
su vida. Pero poco después se produce la muerte de su marido. Por eso, en Los zapatos rotos, ensayo de 1945, queda
reflejado ineludiblemente el dolor que sacude a la escritora en Roma. Esos
zapatos rotos del relato son una metáfora, la expresión de una época de
sufrimiento. Una vez acabada la guerra, la sensación de angustia no ha acabado.
En El hijo del hombre, Ginzburg
muestra la situación de miedo e inseguridad en que se encuentra su generación,
apegada a la realidad. Es como si su generación fuese incapaz de superar los
desastres del fascismo y de la guerra. Por eso, Ginzburg habla de veinte años
de guerra.
A finales de los cuarenta, Natalia Ginzburg escribe Mi oficio, muy consciente y orgullosa de su trabajo, sabedora de
que no puede y no sabe hacer otra cosa, hasta el punto de que cuando tiene a
sus hijos y pasa una época sin escribir la invade una extraordinaria nostalgia.
Ginzburg nos cuenta cómo se desliza la escritura, cómo pasa de la ingenuidad
poética de la adolescencia a la ironía y perversidad de los cuentos de su
juventud. Traza la trayectoria sentimental que le une a su oficio, la forma en
que la alegría y el dolor inciden sobre la escritura. Angustiada por el
silencio de nuestro tiempo, por la soledad, por la falta de diálogo, Ginzburg
hace un recorrido conmovedor por las fluctuantes relaciones humanas, por el
ansia de misericordia, por la ternura y el dolor que invaden nuestras vidas en
dos escritos de principios de la década de los cincuenta, Silencio y Las relaciones
humanas.
La melancolía y la tristeza de Turín se reflejan en el retrato de Cesare
Pavese. La contenida emoción con la que Ginzburg escribe Retrato de un amigo en 1957 deja al descubierto la amistad que lo
unía a Pavese. La niebla, el río y la colina configuran el paisaje de la ciudad
y parecen adheridos a Pavese como el recuerdo de una época. Una vez asentada en
Londres con su segundo marido a principios de los años sesenta, Ginzburg
reflexiona, con ironía, sobre la melancolía del pueblo inglés. La tristeza que desprende Inglaterra se traslada a la comida, a la bebida, a
los restaurantes, como queda de manifiesto en La
Maison Volpé. En
realidad, la inteligencia y el buen gobierno, tal como se ponen en evidencia en
Elogio y lamento de Inglaterra, no se
visualizan en las calles, en la vida diaria de la capital londinense. En Londres,
Ginzburg escribe un emotivo retrato de su esposo, titulado Él y yo, que ofrece algunos detalles personales contrastando su
personalidad con la de su marido.
Obsesionada por la educación, Natalia Ginzburg se lamenta, en el ensayo
que da título al libro, de nuestra tendencia a enfatizar las pequeñas virtudes,
a engrandecer el papel del dinero, el afán de propiedad o el deseo de éxito,
porque son, en definitiva, las grandes virtudes las que deben alimentar el
espíritu de los jóvenes, desde la generosidad y el amor al prójimo al deseo de
saber o el amor por la verdad. Ni que decir tiene que la lectura de Las pequeñas virtudes genera un
extraordinario amor a la vida y a la literatura.
sábado, 31 de diciembre de 2016
Pessoa, el señor de la nada
En Pessoa, el señor de la nada (Irreverentes,
2014), Francisco Legaz describe, a medio camino entre la realidad y la ficción,
entre el diario y el ensayo, un viaje de carácter iniciático a Lisboa. El
protagonista de la historia se lanza al vacío, lo abandona todo (mujer e hijas)
para viajar a la capital portuguesa siguiendo los pasos de Pessoa, tomando como
excusa un libro que le sirve a modo de guía personal, Atlas de geografía Pessoana, de Leao Borreiro. Una vez en Lisboa,
recorre los parajes que antaño visitó el poeta, desde los cafés donde escribía
a los enclaves en que meditaba, como un mirador sobre el Tajo. Mientras tanto,
toma notas porque mantiene la idea de escribir un libro con las experiencias
vividas en la ciudad. De hecho, da la sensación de que la novela se está
escribiendo al hilo de la investigación, a partir de esas notas, concediendo de
este modo a Pessoa, el señor de la nada
un cierto tono autobiográfico.
El protagonista de la novela se mueve en una especie de caos desordenado,
al igual que el relato. Visita el cementerio de “Los prazeres”, las viejas librerías,
las calles por donde transitaba Pessoa, pero pronto se da cuenta de que la
ciudad en la que vivió el poeta se ha desvanecido y una melancólica decepción,
una sensación de vacío, soledad y desamparo se apodera de su alma al comprobar
el devenir de las cosas. Por eso, se muestra cada vez más descuidado,
obsesionado con la bebida, como si estuviese asimilando los rasgos de la vida
de Pessoa, y camina de forma inexorable hacia la desidia y la locura, incluso
piensa en el suicidio y escribe cosas inconexas. Imagina historias y
heterónimos, se convierte casi en un vagabundo que pinta cuadros para
sobrevivir. Parece abocado a una suerte de exilio interior marcado por la
indiferencia hacia todo. Obsesionado en buscar un lenguaje carnal y verdadero,
que sea capaz de mostrar la esencia de Pessoa y de Lisboa, vive en una especie
de sueño en donde las situaciones parecen repetirse y el tiempo se difumina –en
todos los sentidos- a través de la metáfora de la niebla que cubre la ciudad.
La novela está repleta de divagaciones, de ensoñaciones. Las citas de
Pessoa son frecuentes, al hilo de la narración, argumentando, reforzando la
historia. Legaz juega con las identidades del poeta, con su posible
inexistencia, e indaga en algunas de las cuestiones que atraviesan su obra
literaria, desde la infidelidad hasta la tristeza y la mentira como elementos
que definen la existencia humana. No es casualidad que la última visita del
protagonista, antes de lograr salir de Lisboa, sea a una especie de eremita que
habita en un faro. Es el final de una búsqueda en medio de un tremendo
desconsuelo y desasosiego.
miércoles, 30 de noviembre de 2016
La larga marcha
Rafael Chirbes
siempre ha estado interesado por la historia. Se ha llegado a decir que leía
con asiduidad los Episodios Nacionales de
Galdós porque veía en ellos posiblemente un modelo que podía aplicar a nuestra
época. En 1996 Chirbes publica en Anagrama una novela que abarca un largo
periodo, desde la postguerra en los años cuarenta hasta finales de los años
sesenta. La novela se titula La larga
marcha. Es el inicio de un proyecto que tiene continuación con La caída de Madrid y Los viejos amigos. Empleando una mirada
poliédrica que incluye el estudio de varias familias en descomposición y con un
estilo ampuloso, minucioso y detallista, Chirbes acomete la tarea ejemplar de
retratar las esperanzas y desencantos de dos generaciones sucesivas en La larga marcha, enlazando los desgarros
y frustraciones de la postguerra con las nuevas posibilidades que ofrecía el
comunismo en los años sesenta.
La primera parte del libro, titulada El
ejército del Ebro, es una recreación histórica de los años cuarenta, un
retrato de grupos de distinto signo social, desde los Amado, una sencilla
familia campesina que vive en un pueblo gallego, vinculada a la tierra y sus
raíces, y que finalmente se ve obligada a emigrar a Madrid por la construcción
de un pantano, hasta las familias acomodadas de la alta sociedad madrileña,
como los Seseña, un claro ejemplo de aristocracia en decadencia. En este amplio
arco social que trata de cubrir Chirbes no faltan las historias de
supervivientes de la guerra, individuos que han permanecido años en la cárcel
por cometer delitos de carácter ideológico. Este tipo de personajes permiten a
Chirbes ahondar en una visión cainita de España, en la imposibilidad de
levantar el país por la falta de intelectuales y poetas, en la pérdida de la
dignidad y en la idea de derrota que anida como un sentimiento en gran parte de
la población española. Tampoco se olvida Chirbes de los jornaleros andaluces,
individuos que no atesoran nada, que viven de lo poco que ganan en temporadas
de recolección, trabajando como temporeros en los arrozales. La degradación
progresiva de los personajes, que afecta incluso a las élites, es un reflejo de
la vida de la postguerra. En Madrid hay gente que debe dedicarse al contrabando
y al estraperlo para sobrevivir y cualquier oportunidad que se presenta provoca
miedo porque es el temor a una nueva vida, a una posible opulencia, a la
riqueza, cuando siempre se ha sido un pobre desgraciado. En este sentido, la
descripción de Madrid en los años cuarenta es la de un lugar sin oportunidades,
que se lo traga todo.
En la primera parte del libro, Chirbes cuenta retazos del final de la
guerra, del exilio, y combina a partes iguales el miedo, el dolor y el hambre.
En la segunda parte, titulada con toda intención La joven guardia, hay un salto cronológico, la narración se sitúa
en los años sesenta, en la generación de los hijos de la postguerra, y se torna
más cercana, como más autobiográfica. Es lícito pensar que en las voces
superpuestas de los jóvenes personajes que afloran en estas páginas se
encuentra el recuerdo de las experiencias de Chirbes en el orfanato y en la
universidad madrileña. Se superponen de este modo las reglas estrictas, el
orden y la violencia que rigen en el internado con las lícitas aspiraciones a
escribir, la influencia ejercida por la formación cinematográfica o la
experiencia de la homosexualidad.
La desbordante vitalidad de Madrid parece acoger a los personajes de la
novela. En la capital confluyen los emigrantes gallegos, que huyen de la
construcción de un pantano y que en la gran ciudad sufren la violencia del
desarraigo, pero también llegan a Madrid los campesinos extremeños que buscan
nuevas oportunidades y que comprueban, tristemente, el contrate con la vida en
Extremadura, experimentando la soledad. El carácter inhóspito de la ciudad se
advierte en los desagradables olores, que contrastan con los olores naturales
del campo. También confluye en Madrid una generación de jóvenes, los niños de
la postguerra, que mayoritariamente va a estudiar en la universidad, un grupo
intelectual de estudiantes que discute sobre literatura y filosofía y que
configura la nueva generación que luego llevará a cabo la transición política.
El desarrollo de las ideas marxistas y la alternativa comunista se presentan
como la esperanza para un nuevo país y una nueva sociedad. Chirbes parece
recrear ambientes que él también vivió, desde la Facultad de Filosofía y
Letras de la Ciudad Universitaria
hasta los cine-clubs del centro de Madrid, pasando por el sindicato clandestino
de estudiantes. Mezclando lo sentimental con lo literario, Chirbes se centra en
la relación existente entre el despertar sexual de los personajes y la
esperanza en una revolución comunista.
La novela está plagada de pequeñas historias que van entrelazándose como
si se tratase de un tapiz, de detalles que enriquecen la narración, de
situaciones sugeridas, de intersticios que el lector debe rellenar. En la larga marcha se habla de los
supervivientes de la postguerra, de la brutalidad de los nuevos ricos, de la
emigración y el desarraigo, de la esperanza en la revolución. En la novela
flota, no obstante, una tenaz melancolía, fruto del desencanto ante las
oportunidades perdidas y la decepción ante los sueños desvanecidos. La larga marcha finaliza en los sótanos
de la Dirección General
de Seguridad. Allí parecen concluir todas las esperanzas depositadas en la joven
guardia.
lunes, 31 de octubre de 2016
Dos recuerdos
Por expreso
deseo de Keynes se publican tras su muerte dos escritos inéditos, dos narraciones
que el economista había leído en voz alta a sus amigos en la década de los años
30, en su casa del número 46 de Gordon Square, en esas reuniones donde los
miembros del grupo de Bloomsbury aireaban sutilezas y sarcasmos mientras
recordaban su pasado en Cambridge. La primera de las narraciones, titulada El doctor Melchior, describe la
comprometida situación en que se encontraban las negociaciones de paz tras la
primera guerra mundial. Keynes describe las dificultades que tenían las
comisiones encargadas de la conferencia para ponerse de acuerdo, pues las
posiciones parecían enquistadas después de dos meses, e insiste en los problemas
económicos y financieros derivados de la ocupación alemana y del bloqueo de
alimentos. A su llegada a la conferencia de paz en enero de 1919, Keynes se da
perfecta cuenta de que hay que resolver el problema del abastecimiento de
comida en Alemania, pero esta idea choca frontalmente con el obstruccionismo
francés, con la posición francesa en las reuniones, obsesionada con la
incautación de la marina mercante alemana. La situación se complica porque como
telón de fondo en la conferencia se intuye el problema que supone la expansión
del bolchevismo. Enfrascado en las negociaciones, Keynes traba amistad con el
doctor Melchior, representante alemán en las conversaciones, pues parece
interesado en mostrar la dignidad en la derrota.
En Mis primeras creencias, la segunda de las narraciones que se
incluye en Dos recuerdos, Keynes hace
un relato del espíritu de Cambridge antes de la guerra. Habla con frecuencia de
religión juvenil, refiriéndose a las creencias del grupo de Bloomsbury, una
religión sin moral producto de la influencia ejercida por el libro de Moore,
recién publicado en 1903, los Principia
Ethica. Keynes cuenta cómo el grupo se dejó arrastrar por las ideas de
amor, belleza y verdad, mientras la cuestión del placer quedaba en un segundo
plano. El afecto, la experiencia estética y la búsqueda del conocimiento eran
los principales objetivos, junto con la precisión en el lenguaje, en la
formulación de las preguntas. Keynes observa esa religión, esas creencias, con
cierta nostalgia. Pero también es cierto que cuando escribe y lee ante sus
colegas Mis primeras creencias,
posiblemente hacia 1932, todavía consideraba válidas las intuiciones de Moore.
Sorprende observar cómo en esa época de principios de siglo Keynes y sus amigos
parecían completamente alejados del mundo exterior, de las motivaciones
económicas, de la tradición benthamita, del cristianismo y del marxismo. Practicando
una cierta irreverencia hacia cualquier ortodoxia, Keynes habla incluso de
inmoralismo.
En estos Dos recuerdos brilla con nitidez la mente luminosa y
radiante de Keynes. Sabía que conforme se acercaba la fatídica fecha de 1914 su
visión del mundo estaba cambiando. Sabía que tanto él como sus compañeros del
grupo de Bloomsbury estaban acabados.
jueves, 29 de septiembre de 2016
Dinero, mentiras y realismo sucio
En el año 2000
se publica en Madrid, en Ediciones Irreverentes, la novela Dinero, mentiras y realismo sucio, el cuarto libro del escritor y
editor Miguel Ángel de Rus. La obra es recibida por la crítica con grandes y
merecidos elogios, siendo ensalzada por personalidades tan dispares como el
cineasta Manuel Gutiérrez Aragón o el poeta Luis Alberto de Cuenca, al tiempo
que periódicos de signo muy diferente, como El
País o ABC, resaltan el valor literario de la novela. Por aquel entonces ya
algunos críticos hacen hincapié en las resonancias valleinclanescas y
cervantinas en la obra del escritor madrileño, pero todavía pasa casi
desapercibida la influencia de la literatura francesa de finales del siglo XIX
y principios del XX en De Rus, la deuda contraída por el escritor con la
cultura gala. Estas dos tradiciones están en la base de todo lo que ha escrito
De Rus a lo largo de dos décadas. Ahora, años después de la primera edición de
la novela, cuando la obra del escritor madrileño ha alcanzado la plena madurez
con la publicación de sus Novelas
reunidas (Mar Editor, 2016), se presenta la oportunidad de revisitar esta
pequeña joyita titulada Dinero, mentiras
y realismo sucio.
La obra literaria de Miguel Ángel de Rus deambula entre la necesidad de
una mirada exterior al mundo en el que vivimos -una mirada furibunda, llena de
odio, cinismo e ironía a partes iguales- y la búsqueda ansiosa de un refugio
interior, que en el escritor madrileño se encuentra siempre en los libros, en
la música, en la pintura, en el cine, en la cultura en general. En este
sentido, De Rus trata de situarse en el marco de lo que podríamos denominar la
verdadera cultura, distinguiéndola de la falsa cultura que prevalece hoy en día
y que es un reflejo del podrido mundo que nos rodea. Para mostrar esta realidad
tan desagradable, Miguel Ángel de Rus elige Estados Unidos como marco en el que
se desarrolla la historia de Dinero,
mentiras y realismo sucio, y cuenta los avatares de un crítico y escritor
que decide vender su alma y su talento escribiendo las historias más zafias,
vulgares y amorales que se puedan imaginar con tal de dar carnaza al vulgo y
conseguir fama y dinero. Es como prostituirse a través de la literatura.
La historia de este escritor, Martin
White, es presentada en tono casi autobiográfico, en primera persona. La
estructura de la novela combina de forma ejemplar la narración de las
peripecias del protagonista en el mundo editorial con pequeñas historias, que
sirven para ejemplificar el tipo de literatura que escribe Martin White. De Rus
describe con ligereza el ascenso del escritor desde sus inicios en los que
mezcla el trabajo radiofónico con la publicación de críticas y relatos hasta el
momento en que empieza a escribir novelas que le reportan el éxito y la fama, y
le convierten en el apóstol del erotismo, el máximo representante de la
literatura underground y el realismo sucio. Justo cuando se encuentra en la
cúspide de su carrera, una crisis existencial provocará la progresiva caída del
escritor. Cada peldaño que sube camino de la gloria y el dinero hace más
evidente el proceso de degradación moral que experimenta el protagonista, hasta
el punto de que el lector asiste asombrado en las últimas páginas del relato a
una especie de descenso a los infiernos en el que Martin White se va
destruyendo lentamente. De Rus ha elegido a un mediocre escritor estadounidense
como eje de la historia porque eso le permite por una parte realizar una sátira
de la sociedad norteamericana y por otra parte describir las falsedades de la
mayor parte de la literatura estadounidense de éxito. Abundan, pues, en Dinero, mentiras y realismo sucio, los
comentarios peyorativos a propósito de un tipo de novelas escritas para gente
con un bajo coeficiente intelectual, orientadas directamente hacia el cine,
auténtica literatura basura.
Es curioso observar cómo esta visión
del mundo y de la literatura que nos ofrece De Rus a propósito del modelo
estadounidense se ha trasladado a la vieja Europa, lo que convierte a Dinero, mentiras y realismo sucio en un
libro de enorme actualidad. La literatura como negocio está a la orden del día,
la mayor parte de los libros de éxito tienen una estructura calculadamente
repetitiva y la falsedad en la cultura y en el arte lo inunda todo. No es
casualidad que De Rus haya elegido como compañeros de viaje y amigos del
escritor Martin White a un falso pintor, a un falso actor y a un falso
escultor. Todos estos personajes son un reflejo del fracaso de la cultura
moderna y, aún más, son personajes carentes de moral, de escrúpulos, el vivo
retrato de una sociedad y una época decadentes. En la ciudad de Nueva York,
Martin White escribe libros para la mayoría, literatura que no dejará huella,
vive a todo tren, gozando de las más bellas mujeres. Martin White cumple el
auténtico sueño americano, pero en una vida que está completamente dirigida,
tal como nos recuerda De Rus, cualquier desliz puede provocar la caída. Todo es
tan frágil. Y tan falso. Y entonces, justo en ese momento en que el mundo se
derrumba alrededor de Martin White, nos damos cuenta de que le faltan las
palabras para expresar los sentimientos y el dolor que atraviesa el alma. El
escritor comprende que quizá la felicidad y el verdadero mundo se encuentren en
esa juventud apegada a los libros clásicos. En el brillante final de Dinero, mentiras y realismo sucio, de
claras reminiscencias quijotescas, Martin White percibe con claridad que ha
vivido inmerso en la locura, en un mundo falso. Sólo al final, cuando está
hundido en la más absoluta miseria moral, recupera la cordura. Por mi parte,
tal como escribe De Rus en el memorable epílogo de la novela, “ya está bien”.
miércoles, 31 de agosto de 2016
Autobiografía (o algo parecido)
En 1982 se
publica la Autobiografía de Akira
Kurosawa (Fundamentos, 1998). En el prólogo, el director japonés expone los
motivos que le impulsan finalmente a escribir sobre su vida, señalando como factor decisivo la lectura de la autobiografía de Jean Renoir. Esa idea que late en el
libro de Renoir en la que se pretende recordar a las personas y los
acontecimientos que le han convertido en lo que es también está presente en el
libro de Kurosawa, es decir, la necesidad implícita que siente de explicar cómo
se ha convertido en director de cine. Todos los recuerdos de Kurosawa, en
efecto, parecen caminar en la misma dirección, todas las vivencias parecen
abocarlo al destino que le estaba esperando, sea la amistad en la infancia con
el futuro guionista Uekusa Keinosuke o la
experiencia adquirida con el director Yamamoto Kajiro.
Kurosawa valora todas las circunstancias de su existencia en términos cinematográficos.
Una anécdota que relata en su autobiografía pone en evidencia esta idea. Cuando
muere su padre, Kurosawa pasea desconsolado por las calles de Tokio y, sin
embargo, a pesar del dolor que le embarga, al escuchar una música comprende que
ha encontrado la melodía para la película que está rodando en ese momento, El ángel ebrio (1948). El propio
director se da cuenta de que elementos como los zuecos y el traje de esgrima
que habían jugado un papel importante en una historia de su infancia, en una
pelea de niños, son empleados posteriormente en su primera película.
Precisamente porque la memoria alienta la imaginación. Todo es susceptible de
ser empleado e identificado con su afán de hacer películas. Los recuerdos de
Kurosawa fluyen en imágenes, de modo tal que uno podría pensar que las visitas
-con Uekusa- a casa del profesor Tachikawa, donde lee libros de héroes
samurais, se reproducen en la última película del maestro, Madadayo (1993), y también podría pensar que las imágenes del
pueblo donde nació el padre de Kurosawa, un pueblo que parece suspendido en el
tiempo, son las mismas que el director imagina para el pueblo medieval de Los sueños (1990).
Al margen de las cuestiones cinematográficas, Kurosawa sólo se hace eco
de aquellos accidentes o episodios que han configurado su carácter, como el
gran terremoto Kanto o el suicidio de su hermano. La experiencia del terremoto
de Tokio, acaecido el 1 de septiembre de 1923, ha marcado sin duda
la vida del cineasta. Quedando el centro de Tokio envuelto en llamas y lleno de
cadáveres, Kurosawa cuenta cómo, acompañado de su hermano mayor, pasea por las
ruinas de la ciudad caminando entre montones de cadáveres calcinados. Más tarde
se da cuenta de que ha sido una expedición para comprender el horror, para conquistar
el miedo. Kurosawa ha relatado varias veces esta misma historia en distintos
documentales sobre su filmografía, lo que puede dar una idea de la obsesión que
esta visión ha ejercido sobre el cineasta.
Entre los episodios que Kurosawa relata con más pesar se encuentra la
muerte de su hermano. Tras acabar sus estudios en el instituto, el cineasta
había encontrado refugio en casa de su hermano, que trabajaba como narrador en
el cine mudo. La influencia que ejercen los artistas populares de la narración
y las películas del cine mudo en el cine de Kurosawa es tan evidente como
ciertos temas que son recurrentes en sus historias. Ni que decir tiene que el
suicidio aletea en la biografía de Kurosawa. El propio director cuenta un
episodio que nos deja algo desconcertados, cuando siendo todavía joven, en el
camino hacia el instituto, se suelta de la barra del tranvía sin aparente
motivo y es sostenido por otros dos estudiantes. A este episodio desconcertante
hay que añadir la trágica desaparición de su hermano, un hecho decisivo en la
vida de Kurosawa. Por no hablar, finalmente, de la cuestión de la guerra y el
tema del suicidio colectivo. El sacrificio es un tema que late en el ambiente,
sobre todo durante el periodo de la segunda guerra mundial. De hecho, Lo más hermoso (1944) es una película
sobre el sacrificio que se debe al país, algo que jamás se pone en duda.
jueves, 28 de julio de 2016
La odisea de la plata española
La odisea de la plata española es un
ensayo que pone de manifiesto el aliento narrativo de Carlo Maria Cipolla, su
capacidad para contar historias en el marco de una reflexión de tono
histórico sobre un tema que le es muy conocido, a saber, la expansión y la
circulación de la moneda en la edad Moderna y sus consecuencias en el
desarrollo del comercio internacional. Publicado en Italia en 1996 (Crítica,
Barcelona, 1999), cuando la figura de Cipolla se había agigantado gracias al
irreverente y sugestivo Allegro ma non
troppo, el libro arranca de forma luminosa, con la evocación de una serie
continuada de acontecimientos extraordinarios que favorecen a España en el
período que va de 1530 a
1560 y le convierten en la primera potencia. El descubrimiento de Potosí y
Zacatecas se ve acompañado de la aparición de nuevas técnicas que mejoran la
amalgama de la plata con el mercurio. Como es sabido, el sistema de flotas y
convoyes organizado por la corona española contaba con el problema de la
piratería y la violencia de las tempestades. Entre las mercancías que llegaban
de las Indias el aspecto más importante era el “tesoro”, es decir, la plata. Cipolla
se hace eco en este punto de la narración del contrabando y del fraude que se
realizaba en la importación de plata para evitar pagar impuestos. Eso le hace
pensar que la cantidad de plata que llegaba a España era mucho mayor que la
registrada. Habla de “plata fuera de registro”. En este contexto, la
plata llegada a e España en el siglo XVI marca un hito porque durante la
Edad Media , hasta el siglo XV, Europa había
sufrido una escasez de metal que dificultaba las relaciones comerciales
internacionales. Así pues, la llegada de la plata en el siglo XVI es una
novedad que Cipolla califica de “revolucionaria”.
Conforme avanza el discurso, Cipolla pasa a estudiar las monedas que
invaden el mercado europeo, entre las que destaca los reales de ocho. Siendo
consciente de que faltan documentos para poder precisar determinados temas,
Cipolla sabe que a veces “debemos contentarnos con vagas e imprecisas
impresiones generales”. Pese a ello, Cipolla sigue adelante con su
argumento, analizando el flujo de plata (el real de a ocho) hacia Europa y
hacia Oriente en segundo término. Desinteresados por los productos europeos,
desde China e India se demandaba especialmente plata y plomo. Es así como los
productos orientales llegaban a Europa y los productos europeos iban camino de
las Indias, siendo la plata española, especialmente el real de ocho, la que
permitió el volumen comercial desarrollado en los siglos XVI y XVII. Ahora
bien, las compañías holandesa e inglesa, a partir del siglo XVII, se hacen con
el monopolio del comercio de la plata que llegaba a Oriente. Por eso, Cipolla
es contrario a hablar de imperio monetario castellano, pues en realidad la
plata que llegaba de las Indias escapaba al control español, control que era
ejercido por Génova, Portugal y la compañía de las Indias. La cuestión que
sigue siendo un misterio, en palabras de Cipolla, es cómo una moneda tan fea,
tan mal acuñada, tan fácilmente cercenable, y con tan poca estabilidad en peso
y ley como era el real de a ocho pudiese encontrarse en todos los rincones del
planeta. Quizá la fuerza de esta moneda es que se encontraba en grandes
cantidades.
Siendo la balanza comercial inglesa
negativa en sus relaciones con China, la situación cambiará a partir del siglo
XVIII, desde el momento en que la compañía inglesa de las Indias orientales
apuesta por exportar masivamente el opio desde la India hasta China. A partir
de ese momento la situación se invierte y la plata, acumulada en los tesoros
imperiales de Pekín, inicia el camino de vuelta a Occidente. Así culmina la
odisea de la plata española en el siglo XIX, enfrascada en los mecanismos del
comercio internacional.
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